Recientemente he leído el libro de Sheryl Sandberg, Directora de Operaciones de Facebook «Vayamos Adelante: las mujeres, el trabajo y la voluntad de liderar» y entre los muchos temas que han llamado mi atención es el del papel que juegan las emociones en el lugar de trabajo.
Sheryl, quien recientemente ha escrito también otro libro en coautoría con Adam Grant, llamado Plan B, en el que aborda el tema de la resiliencia, habla sobre cómo las emociones en el trabajo suelen no tener cabida, pues a menudo se consideran signos de debilidad y cuya expresión es inapropiada.
Esta forma de pensar afecta no solo a las mujeres, sino también a los hombres:
La mayoría de las mujeres cree – y así lo demuestran diversas investigaciones – que no es buena idea llorar en el lugar de trabajo (pero) compartir las emociones ayuda a construir relaciones más profundas. Reconocer el papel que desempeñan nuestras emociones y estar dispuestos a hablar de ellas nos hace mejores jefes y parejas o compañeros de trabajo.
Sandberg cree que aceptar nuestras emociones y hablar de ellas en el trabajo es el primer paso para tomar mejores decisiones
En lugar de ponernos algún tipo de disfraz que nos convierta en alguien exclusivamente profesional, creo que nos iría mejor si expresáramos nuestra verdad, habláramos de nuestras situaciones personales y reconociéramos que las decisiones profesionales con frecuencia están influidas por nuestras emociones.
Reconocer que la vida profesional y personal van de la mano, nos lleva a un mejor entendimiento de la actuación de las personas del trabajo, y hace que los líderes sean percibidos también más humanos. Hoy los estudios de liderazgo apuntan a reconocer la autenticidad de los líderes como una característica más valorada que la de la perfección. Esto, según la directora de Facebook, representa una buena noticia para las mujeres quienes a menudo reprimen sus emociones intentando aproximarse al estereotipo masculino, y también para los hombres que temen no cumplir con el mismo.
Quizá algún día el hecho de derramar lágrimas en el lugar de trabajo ya no se contemple como algo vergonzoso o signo de debilidad, sino como simple muestra de emoción auténtica.
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